LA
HISTORIA DE NICANOR
El Gran O creó con especial
cariño a los Hombres. Los dotó de sentimientos especiales y con el don dual de
ser capaces de realizar las más despreciables tropelías o las más increíbles
hazañas. De entre esos hombres primigenios El Omnipresente creó a Nicanor, el
mejor entre los hombres.
Nicanor era el más fuerte e inteligente de todos los
humanos. Nicanor era comprensivo, magnánimo y justo y debido a sus cualidades
pronto destacó entre los hombres y fue elegido primero para defender su comarca
y más tarde, ya con un gran reino unificado, como su Rey. El primer Rey de los
Hombres. Nicanor cumplía su cometido gobernando justamente, manteniendo la paz
y haciendo prosperar a esa nueva raza que recibía amenazas continuas de casi
todas las Razas de El Tablero.
Un día Nicanor cruzaba la capital del Reino de
los Hombres, Eimeria, la primera ciudad humana, cuando vio a una joven
arrodillada junto a una anciana. Nicanor bajó de su caballo y se acercó a la
mujer. Ella había parado al ver a la anciana desvanecerse en el suelo. Ningún
transeúnte más de la concurrida calle se había percatado, debido a la
expectación que había creado la llegada del Rey. Cuando Nicanor llamó la
atención de la mujer y esta se volvió El Tablero entero se detuvo para ambos.
Nada más existía en ese momento, sólo ella y el. Pronto Nicanor decidió
cortejar a la dama, Amelia, y durante días, meses y más tarde años la visitaba
con frecuencia. Transcurridos los dos años de cortejo que marca la Ley, Nicanor
y Amelia se casaron.
El amor que se procesaban era inmenso. Tras veinte felices
años de casados, cuando la I Guerra con los Samari comenzó, Nicanor partió al
frente y ambos decidieron plantar juntos una rosa. Lo hicieron en un rincón de
los jardines de palacio donde no brillaba nunca el sol, pues con su amor
mantendrían esa rosa viva. En la dura batalla de Milespadas Nicanor y parte de
su escolta quedaron aislados en territorio enemigo. Transcurrieron dos largos
meses sin saber nada del Rey. Amelia estaba angustiada. Todos los días miraba
la rosa, que continuaba llena de vida y roja como la lava del volcán que ardía
en sus corazones cuando estaban juntos.
Comprendiendo que si la rosa seguía
viva significaba que Nicanor también, Amelia partió con su amiga Delibella a
territorio Samari a buscar a su esposo.
Cuatro largos meses pasaron las mujeres buscando al Rey, pasando
penalidades y frío. Surcando pantanos, montañas y valles. Escondiéndose de todo
indicio de vida. Hasta que un día, siguiendo el cauce de un río, en un valle,
los vio. Nicanor y sus caballeros supervivientes. Ya no llevaban armaduras,
sólo harapos. Cuando Amelia le vio, desde algo más de cuatrocientos metros,
gritó de lejos su nombre. Cuando Nicanor se volvió, aún en la distancia, pudo
observar sus ojos, mostrando abatimiento y derrota. Esperanza hundida bajo un
mar de desgracias. Ambos corrieron para encontrarse en el centro del valle,
florido al ser primavera. Lucían ropas raídas, pérdida de peso y una marcada
deshidratación, pero el volcán de sus corazones volvía a estar completo.
Fundidos en un abrazo, con los ojos cerrados y el alma abierta, ninguno de los
dos se dio cuenta de lo que sucedía hasta que fue tarde. Nicanor notó algo
húmedo en la cara. Cuando abrió los ojos, contempló la cara de Amelia. Por su
boca emanaba gran cantidad de sangre. Una flecha había atravesado su corazón.
Nicanor miró a su alrededor para contemplar como sus hombres morían a manos de
acorazados Samari. Una emboscada.
El Rey no se resistió. Se arrodilló con el
cuerpo de su amada entre sus brazos. Gritaba de dolor. Le dolía el alma. Así
permaneció hasta que al menos doce enemigos se le echaron encima. No se separó
de Amelia mientras las espadas y hachas realizaban su funesto oficio. Allí
quedó el cuerpo de un Rey, y el de una Reina. En los jardines del castillo de
Eimeria sigue habiendo una flor. Rosa como la pasión que se procesaban
aquellos amantes.
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