Jack Jipp Jumper observaba desde
la ventana del banco. La calle estaba tranquila. Aparte de unos pocos lugareños
ocupados en sus quehaceres habituales no había nadie más. Luke Wilson se
encontraba vigilando a los clientes y empleados. Henry Wilson, su hermano,
estaba recogiendo el dinero con el director del banco, en la cámara. Britt
McGroy, fuera, cuidando de los caballos y con un ojo puesto en la oficina del
Sheriff, al otro lado de la calle, un poco más abajo.
Lo habían planeado todo,
había unos doscientos metros desde la puerta del banco hasta el final de la
calle principal. Desde ahí, campo abierto. Si llegaban vivos a ese punto, había
que cabalgar como si les llevase el diablo. Había un punto de reunión, un hotel
en Lexiville, a cuatro jornadas de ahí, donde repartirían el botín.
Jack no paraba de amartillar su
Smith & Wesson mientras miraba la calle a través de la ventana. Conocía de
sobra la fama del Sheriff Carlson. Más de una veintena de delicuentes había
intentando robar el banco de San Ramón, ninguno lo había conseguido. Tanta
seguridad inspiraba el Sheriff Carlson y sus ayudantes, que desde la capital
del condado habían decidido que las diligencias dejaran en aquel banco el oro
de las minas de Northwood. Desde allí debía ser recogido por Marshalls
federales y entregado en la capital. Ese
mismo hecho había atraído a decenas de forajidos con la intención común de
robar ese oro. Todos sin éxito. Carlson
había coleccionado cadáveres y presos. “La horca de San Ramón echa humo y si no
quieres morir, no enciendas tu pipa allí” se solía decir.
Henry le sacó de su ensoñación,
“lo tengo todo, larguémonos de aquí”. En ese momento entró Britt, sudando como
un cerdo apestoso y con la cara blanca como la cal. “Está ahí fuera” acertó a
decir. Pronto Jack se dio cuenta de que sucedía, el Sheriff Carlson y sus
ayudantes se encontraban frente al banco. La cosa se había puesto fea, habría
que salir de allí a tiros…. o morir en el intento.
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