LA MUERTE ESPERA
Un terrible estruendo lo arrancó de su ensoñación.
Encontró a un rostro que
le apresuraba a levantarse. Sólo podía oír un pitido, nada más. En cuestión de
segundos, el pitido fue desapareciendo para hacer más nítido el sonido
ambiente. Ha medida que ampliaba su campo periférico era más consciente de
donde se encontraba. De pronto le escena fue obvia. Se encontraba en la
frontera entre Carpetania y el Bosque de Frondaglauca. Su destacamento, formado
únicamente por doscientos cincuenta hombres, había sido enviado para defender
la frontera sin intervenir en el enfrentamiento. Aun así, en cuanto llegaron,
sin descanso tras el largo viaje desde la capital, fueron atacados por una
tribu de ugris. Ahora intentaba ponerse en pie tras recibir el impacto de una
piedra en su cabeza. Había sido lanzada por un ugri, de esos que se hacen llamar
“impelidores”, con sorprendente destreza. Podía sentir el calor en la zona del
impacto de la roca. Incluso notaba como iba inflamándose la tumefacción
producida en su frente. Podía dar gracias de no haber muerto de aquella
pedrada.
A su alrededor todo era caos. El ataque ugri había pillado a las líneas
carpetanas sin formación y la estampa no podía ser más desoladora. Gritos,
charcos de sangre, hombres paralizados, ugris comiendo partes amputadas de
soldados… nada podía hacerse ya. El teniente Cordo gritaba airadamente desde
retaguardia. Hacía aspavientos señalando claramente la retirada. Cuando Saavedra realizó la situación, comenzó a correr
como quién huye del infierno mismo. Aquella matanza dejaba muy claro que
aquella guerra no sería sólo entre ugris y enanos. La muerte acechaba a todo
aquel que se acercara a Frondaglauca. La muerte esperaba.
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