Jaeneru pisó con firmeza la tierra bajo sus pies. Levantó la cabeza y ahí
lo vio, a menos de una legua de distancia, El Bosque de Frondaglauca por fin se
alzaba ante él. Escupió una especie de saliva gris y miró a su alrededor. Había
conseguido reunir más de dos mil quinientos ugris. No había sido fácil, las
tribus siempre se encontraban en constante guerra entre ellas. Aunque Jaeneru
no lo había logrado solo. El Dios Desorden le había ayudado y un emisario Suyo
lo acompañaba en el viaje.
Jaenero poseía una gran estatura y envergadura. Siempre intimidante,
Jaeneru había conseguido la posición de Caudillo no sin antes matar a varios
ugris por el camino. Siempre portaba sus
dos grandes mazas de guerra, incluso cuando no combatía. Era conocido por todos
por su especial crueldad y era rara la ocasión en la que no erradicara todo
tipo de vida a su paso. Incluso colgaba de su armadura partes del cuerpo de sus
víctimas. Debido a esto y al hedor natural de los ugris, emanaba un intenso
olor a putrefacción.
De nuevo con la vista al frente, escuchó unos pasos tras él. Ojimenu, su
Caudillo de confianza, se acercaba. Era también muy temido y era especialmente
conocido por los pueblos humanos del centro del continente, pues solía devorar
por igual ganado, hombres, mujeres o niños. Se atrevió a hablarle con la voz
profunda y gutural propia de los ugris:
Ojimenu: “Señor, no será fácil tomar Frondaglauca”
Jaeneru habló sin apartar la mirada del bosque: “Cambiaría gustoso mis dos
mil seiscientos soldados por la carne del Rey Oso y la Esfera Enana. Le comeré
los miembros cercenados mientras aún vive.”
A Ojimenu no le sorprendió el comentario y se sorprendió a si mismo imaginándose
en un festín de carne enana. La voz de su Señor le sacó de su ensoñación.
Jaeneru se giró hacia sus hombres: “¿Queréis comer enanos? ¿Queréis beber
su sangre?”
Un grito horrendo y ensordecedor cubrió los campos. Los ugris estaban
enfervorecidos, llevaban días comiendo alimañas del campo y estaban hambrientos.
Jaeneru volvió a fijar su vista en el bosque.
Jaeneru: “Manda cien soldados por delante, que entren en Frondaglauca en
abanico, en grupos de diez. Quiero que informen al atardecer, esperaremos
delante del bosque”.
Ojimenu: “Sí señor.”
Los ugris estaban a punto de entrar en Frondaglauca, querían carne y no se
detendrían ante nada. La ira y la gula es mala combinación, y los ugris poseían
ambas.
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