El explorador enano llegó sudando y extasiado hasta las puertas de La
Fortaleza del Olvido. Cuando hubo recobrado algo de aliento, gritó al soldado
situado en lo alto de la almena el santo y seña. Las grandes puertas de roca de
la imponente fortaleza se abrieron de par en par, aunque sólo una rendija le
bastó al enano para penetrarlas. Mientras volvía correr, pudo escuchar el
estruendo de la gran puerta de roca cerrar a sus espaldas. Recorrió la ciudad
interior y llegó a los pies del palacio real, una gran estructura tallada en la
piedra de la montaña. La Guarida del Oso, la llaman, pues el señor que la
ocupa, Kidémonas, es apodado El Oso porque, si bien su estatura sigue siendo
baja comparada con otras razas de El Tablero como humanos o ugris, si posee
unos centímetros más que el resto de enanos. Viéndose ante La Guarida el
explorador, se detuvo ante los centinelas. Al relatar lo que había visto, le
condujeron inmediatamente al salón del trono.
Con unos techos que alcanzaban los veinte metros de altura, aquella sala
era el centro de La Guarida del Oso. Una espectacular construcción tallada en la
piedra, adornada por las estatuas de más de quince valientes guerreros enanos
muertos en diversas batallas por el reino y el Rey. O por la vehemencia de
otros reyes. Al fondo de la sala, el trono.
Kidémonas era un enano alto para su raza, de ahí su sobrenombre. Su pelo
escaseaba en la cabeza pero lucía una abundante barba blanca. Siempre rodeado de
varios Guardianes de Esfera, soldados enanos de élite cuya misión era proteger
la esfera enana, proteger al Rey. El Rey se alzó del trono y se acercó al
explorador cuando este se detuvo en reverencia a veinte pasos del Rey Oso.
Con la mano en el hombro del explorador, Kidémonas le dijo: “cálmate
explorador, respira.” Aguardó unos segundos y le pregunto: “¿Cuál es tu nombre?”
Explorador: “Mi nombre es Ledekas señor, explorador de primera”
Kidémonas: “¿Y cuál es el motivo de que mi Capitán Explorador Asameto envíe
a un explorador de primera corriendo hasta La Fortaleza del Olvido para hablar
con el Rey?”
El Oso imponía gran respeto entre todos los enanos del Reino Kidémonas e incluso
entre el resto de Reinos Enanos. Ledekas tragó saliva antes de continuar.
Ledekas: “Se trata de ugris mi señor. Esos seres despreciables han reunido
un ejército y están a menos de diez leguas de Frondaglauca.”
Kidémonas: “No es la primera vez que una tribu de ugris intenta entrar en
el bosque, cuál es el problema, ¿necesitáis refuerzos de la fortaleza?”
Ledeskas: “Esta vez es diferente mi rey, son más de dos mil.”
El rostro de Kidémonas se tornó dubitativo. “¿Habrá llegado el día?” Pensó
para sí. Todos sabían que un día un ejército intentaría reclamar la esfera
enana oculta largos años por ellos, pero, ¿ese día ya había llegado? Korantes,
Capitán de los Guardianes, interrumpió de sus pensamientos.
Korantes: “¿Preparo las tropas, mi señor?”
Kidémonas: “Sí Korantes, pero mientras tanto manda emisarios al Reino
Prilos informando de la situación y pidiendo su ayuda y un contingente de
soldados a la Atalaya del Tuerto Errante.”
Korantes: “Sí mi señor”
Mientras Korantes se alejaba tras hacer una reverencia y el Rey mecía su
barba embebido en sus pensamientos, algo en el interior de Ledekas le hizo
estremecer.
Kidémonas: “Vuelve con los exploradores Ledekas, has hecho un gran trabajo,
e informa a Asamento que pronto tendrá refuerzos. Parece que El Bosque de
Frondaglauca volverá a escuchar rugir al Oso después de todo.”
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